En su cocina de suelo de tierra y paredes de madera se mezclaba la luz del amanecer y el humo del carbón, muchas madrugadas le pedí que me dejara estar con ella, entonces disponía una manta y un banco, me cubría entera y al calor de mi abuela volvía a quedarme dormida. No sé cómo lo hacía, pero en su casa de ciudad se escuchaban los sonidos del campo, del pueblo donde ella nació y que dejó muy joven, pero del que nunca perdió su esencia.
declaración de intenciones
de ahora en adelante convoco las palabras que construyen mi memoria, quiero escribirlas para volver a ellas cuando las migas de pan desaparezcan digeridas en el estómago del tiempo y yo quiera volver a mi punto de partida.
lunes, 12 de marzo de 2012
Esencia
Mi abuela paterna hacía arepas para vender en las tiendas del barrio, recién asadas al carbón. Se levantaba a las cuatro de la mañana, el día anterior había cocinado el maiz trillado en una olla grande y a la noche mis tíos lo molían. Le dejaban la masa en una batea-recipiente de madera- y apartaban el "claro" en una olla más pequeña, durante el día lo bebíamos para refrescarnos. Con sus manos pequeña armaba las arepas, las ponía en las brasas volteándolas cada cierto tiempo, luego las apilaba en un rincón de la mesa de la cocina, las cubría con un paño blanco y limpio que olía a ella y dejaba las mejores para el desayuno de los de casa.
En su cocina de suelo de tierra y paredes de madera se mezclaba la luz del amanecer y el humo del carbón, muchas madrugadas le pedí que me dejara estar con ella, entonces disponía una manta y un banco, me cubría entera y al calor de mi abuela volvía a quedarme dormida. No sé cómo lo hacía, pero en su casa de ciudad se escuchaban los sonidos del campo, del pueblo donde ella nació y que dejó muy joven, pero del que nunca perdió su esencia.
En su cocina de suelo de tierra y paredes de madera se mezclaba la luz del amanecer y el humo del carbón, muchas madrugadas le pedí que me dejara estar con ella, entonces disponía una manta y un banco, me cubría entera y al calor de mi abuela volvía a quedarme dormida. No sé cómo lo hacía, pero en su casa de ciudad se escuchaban los sonidos del campo, del pueblo donde ella nació y que dejó muy joven, pero del que nunca perdió su esencia.
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